Murió en olor de santidad, una frase que a
este antólogo, cuando era un niño de fe, le hacía ver al difunto en una alcoba
perfumada entre flores, nubes y ángeles. Humberto Borja (1925-2005), más que un
poeta, fue un famoso predicador que caminaba dando grandes zancadas y tenía una
mandíbula saliente que le hacía cara de matón. Dedicó su vida a defender a los gitanos y a los pobres. La Editorial Católica
le publicó Sermones para un hombre común
y Vía crucis de andar por casa que alcanzaron
numerosas ediciones y se tradujeron al portugués. Eran famosos los ejercicios
espirituales que daba a monjas, sacerdotes y jubilados. Cuando Juan Pablo II visitó
Toledo, el padre Borja escribió un libro de poemas exaltando la figura del
pontífice. Enterado éste de las virtudes que adornaban al santo Humberto le
quiso nombrar Obispo in partibus infidelibus,
pero éste pidió humildemente a S.S. que le dejara viviendo con los pobres. Escribió
dos libros de poemas: En el nombre de la
luz publicado por Rialp y Hágase en mí según tu palabra, por
Ediciones Paulinas. Donó su cuerpo a la Facultad de Medicina para que
experimentaran con él y el día que murió las campanas de los conventos toledanos
comenzaron a repicar a gloria y en la plaza de Zocodover florecieron los cuatro
raquíticos árboles condenados a muerte desde el final de la guerra civil. Otro
poeta menor, HB, conoció al padre Borja cuando fue destinado de coadjutor a la
parroquia de Santo Tomé y recuerda que cuando le acompañaba tenía que ir
literalmente corriendo para no perderle de vista. Este soneto, de título
revelador, que se publicó en la revista El
ciervo, es una de las pruebas que el abogado del diablo, Monseñor Rocoy,
esgrime en contra de la beatificación del padre Humberto. Gracias al Padre Mata Cana,
Postulador de la Causa de Beatificación, por los datos que me ha ofrecido y por
el ensayo que ha escrito sobre el soneto en el que ha visto “una metáfora por
los doce apóstoles y la bajada del Espíritu Santo en Pentecostés”.
este antólogo, cuando era un niño de fe, le hacía ver al difunto en una alcoba
perfumada entre flores, nubes y ángeles. Humberto Borja (1925-2005), más que un
poeta, fue un famoso predicador que caminaba dando grandes zancadas y tenía una
mandíbula saliente que le hacía cara de matón. Dedicó su vida a defender a los gitanos y a los pobres. La Editorial Católica
le publicó Sermones para un hombre común
y Vía crucis de andar por casa que alcanzaron
numerosas ediciones y se tradujeron al portugués. Eran famosos los ejercicios
espirituales que daba a monjas, sacerdotes y jubilados. Cuando Juan Pablo II visitó
Toledo, el padre Borja escribió un libro de poemas exaltando la figura del
pontífice. Enterado éste de las virtudes que adornaban al santo Humberto le
quiso nombrar Obispo in partibus infidelibus,
pero éste pidió humildemente a S.S. que le dejara viviendo con los pobres. Escribió
dos libros de poemas: En el nombre de la
luz publicado por Rialp y Hágase en mí según tu palabra, por
Ediciones Paulinas. Donó su cuerpo a la Facultad de Medicina para que
experimentaran con él y el día que murió las campanas de los conventos toledanos
comenzaron a repicar a gloria y en la plaza de Zocodover florecieron los cuatro
raquíticos árboles condenados a muerte desde el final de la guerra civil. Otro
poeta menor, HB, conoció al padre Borja cuando fue destinado de coadjutor a la
parroquia de Santo Tomé y recuerda que cuando le acompañaba tenía que ir
literalmente corriendo para no perderle de vista. Este soneto, de título
revelador, que se publicó en la revista El
ciervo, es una de las pruebas que el abogado del diablo, Monseñor Rocoy,
esgrime en contra de la beatificación del padre Humberto. Gracias al Padre Mata Cana,
Postulador de la Causa de Beatificación, por los datos que me ha ofrecido y por
el ensayo que ha escrito sobre el soneto en el que ha visto “una metáfora por
los doce apóstoles y la bajada del Espíritu Santo en Pentecostés”.
CONDENACION
Doce labios abiertos, doce rosas,
doce constelaciones encendidas,
doce dulces miradas, doce vidas,
doce tibias palabras amorosas.
Doce tiernas jornadas jubilosas,
doce breves respuestas, doce heridas,
doce viejas pasiones revividas,
doce signos de amor en nuestras cosas.
Cada rosa es un grito enamorado,
una razón de ser, una cadena,
rojas lenguas de fuego desbordado.
Cada rosa me salva y me condena
en mi jardín de soledad cercado,
doce rosas de vida, muerte y pena.
Hay fuego de la pasión pero tambien dolor implicada en las doce rosas; estar enamorado es divino, perder un amor es tener una espina clavada en el alma, y luego esos largos años de soledad en el cual maduramos y procesamos la vida tal y como es: una larga espero para llegar, por fin, a último viaje.
Haber conocido a Jesus y luego verlo crucificado debe de haber sido terrible…
Sr. Anónimo qué brillante y astuto es usted! No todos tienen la suerte de conocer a Jesùs y menos crucificado… Muchas gracias por el comentario que, como sienpre, viste de gala este, a veces, sombrio lugar.