Cuadernos de Humo

La casa con una sombra dentro.


11
En ese libro
aprendí que “el pan no se tira / se besa y se da en la mano”,  que “la avaricia rompe el saco” y que “hay
que ayudar / a los ancianos / la calle a cruzar”. En ese libro nos enseñaban
las diferencias entre el niño bueno, educado, estudioso y buen cristiano y el
muchacho holgazán, sucio, desobediente y mala persona. Uno era guapo, alto,
limpio, con corbata y traje, el otro iba despeinado, harapiento y andaba
encorvado. Era el libro de urbanidad del colegio de las monjas. El libro de las
buenas costumbres. Sin entender muy bien el título, me adentré en él con más
fervor que el que dedicaba a la aritmética o la geografía y me pareció el mejor
libro del curso, sobre todo porque traía “poesías” que mi madre conocía y nos
recitaba. Algunas de las  poesías e
historias del libro venían ilustradas por unas viñetas cargadas de
intencionalidad que yo, en aquel entonces, no entendía, pero que me transmitían
el mensaje (subliminal) deseado: Había que ser niños limpios, patrióticos,
educados, piadosos, puros y urbanos. A mí personalmente me inició en algo más:
a tener miedo de la poesía, a sentir terror cada vez que leía una titulada “La
cuna vacía”, de José Selgas. (Más tarde entendería que la poesía debería tener
un elemento subversivo o maldito). El poema (mi madre lo llamaba siempre
poesía) llevaba una ilustración en tres colores –rojo, negro y blanco- que era
el complemento perfecto al texto. Unos ángeles volando con las manos
extendidas, las alas desplegadas, sonrientes, se acercaban a la cuna donde un
niño con bucles, cara feliz, con una túnica y descalzo alargaba sus brazos
queriendo irse con ellos. Cada vez que leía el poema sentía un dolor hondo que
me quemaba y me atormentaba. Al llegar a mi casa lo primero que hacía era
acercarme a la cuna donde uno de mis hermanos dormía plácidamente. (Hemos sido
tantos hermanos que siempre había una cuna llena). La lectura del poema me
hacía preguntar, siendo tan niño, si toda la poesía era así de cruel, si toda
la poesía me iba a hacer llorar siempre. Si me molestaba que los ángeles
hablaran con el niño y se lo llevaran, más me irritaba que él les contestara.
Lo que no sabía entonces era la importancia que tendría en el mundo freudiano
la imagen de “la cuna vacía” que yo mismo vacié cuando abandoné una tarde de
octubre el hogar paterno, dejando “mi cuna vacía” y siguiendo el aleteo y la
llamada de otros ángeles. Cuando me di cuenta de que la poesía aparte de ser
una pieza de terror era bastante mala ya era demasiado tarde para mí. Ahora me
la digo a mí mismo a menudo y en cada verso, con el complemento de la
ilustración, se me viene el colegio de monjas, el recreo,  la hermana Aurora, la primera caja de lápices
de colores, el olor a tiza y el ruido de las alas de los ángeles que se mueven:
Bajaron
los ángeles, / besaron su rostro, / y, cantando a su oído, dijeron: /
“Vente con Nosotros”. / Vio el niño a los ángeles, / de su cuna en
torno, / y agitando los brazos, les dijo: / “Me voy con vosotros”. /
Batieron los ángeles /sus alas de oro; / suspendieron al niño/ en sus brazos /
y se fueron todos. / De la aurora pálida, / la luz fugitiva / alumbró a la
mañana siguiente / la cuna vacía”.

2 thoughts on “La casa con una sombra dentro.”

  1. Ay Hilario….la misma poesía aprendí yo y las monjas salesianas del fin del mundo, parecieran ser las mismas, libro de buenas costumbres incluído. La hermana Aurora tenía su símil en Sor Ascensión, Sor Rita y Sor Pierina. Todos abandonamos la cuna algún día…

  2. Por hache o por be

    La poesia une tanto como los recuerdos. Todos hemos tenido una monja o una maestra a la que recordamos, diria yo, con cariño,"a pesar de"… . Muchas gracias por tus palabras.

Leave a Comment

Your email address will not be published. Required fields are marked *