Aunque se creen águilas son como culebras de vuelo torpe que escudriñan entre rastrojos, tienen el corazón carcomido y las alas recortadas: dos fuelles llenos de aire amargo.
Son armas cargadas de envidia. No entienden que haya pájaros que vuelen más altos que ellos, aves de mejor plumaje y pelaje, mejor orientados, sabiendo el camino en su vuelo final.
Ellos se juntan con los de su especie y hacen punto de cruz en el nido con el hilo de rebajas de la mediocridad. Dan picotazos a los que pasan de buena fe, les clavan las uñas si ven que entre sus alas nace una luz clara y verdadera.
Son carbón mojado, fósiles de la mañana, máquinas con metralla húmeda.
Graznan cuando creen que cantan, emborronan el paisaje cuando creen que vuelan, se repiten, prefieren la hoja seca a la hierba, el barbecho al glorioso fruto de una entrega, el cardo a la rosa, el agua estancada al manantial…
Olvidan a los que les cambiaron el agua podrida del bebedero, les abrieron la puerta de la jaula y les enseñaron la ruta hacia el Sur. Confundieron la palabra libertad con violencia. A solas son sombra, en la calle muerte.
Pájaros rastreros a plazo: en invierno abotargados, sentimentales en primavera, agresivos en verano y defensivos en otoño. Siempre con el ego lleno de plumas de colores: pavos reales de la vanidad.
Les alumbra un sol de medianoche: Orientados por la brújula del egoísmo vuelan a ras de la especulación. Sus huevos hueros rezuman colesterol. Arañan en la arena lo que ellos creen son obras maestras. No saben que lo que arañan el mar lo borra. Tienen la cabeza a pájaros, cuadrada, cintura fosilizada, cola reseca, un timón de corcho.
Vendrá el Gran Águila, el que trae en su pico la muerte, y se llevará tanto a ellos como a nosotros y seremos ceniza. Nosotros, los que no podemos volar y nos arrastramos como viles gusanos.