¡Tú eres joven! Aún te quedan días de puntos y de comas, de poemas y de reseñas, de amores y temores. Pero uno tiene miedo, al ir envejeciendo, sentir cómo todo empieza, lentamente, a nublarse y uno olvida el nombre de las rosas y de las cosas, los rostros en los que se reflejó, los labios que ardieron, el temblor de una noche de verano, el miedo de una madrugada. Duda entre una preposición y un adverbio, entre una adjetivo innecesario y un verbo vital. Entre un poema y un silencio en prosa.
Mira los muros de su casa, en otros tiempos luminosos, y los ve desmoronados, creciendo entre las grietas “la edad cansada”.
Sale al parque, en otro tiempo encrucijada del deseo, y la nieve cierra los caminos.
Vuelve a casa con la mirada helada, contando los cuerpos que ardieron en las noches de agosto, y no encuentra un lugar donde calentar tus ojos que no sea en la presencia de la muerte.
Y uno de sus hermanos le recuerda, que en el cementerio donde “residen” las cenizas de la familia, le espera un columbario.