Agosto, viernes, 6:27 de la mañana.
La lluvia, que siempre ocurre en el presente, dando al día recién despierto nombre de otoño: un ensayo general con olores de otro tiempo. En un banco, envuelto en sombras, un hombre está tumbado, la luz parece sacada del pozo de la noche y hay una niebla como de agua no potable: niebla salobre, aspera y espesa.
Desde la ventana alguien contempla lo que le rodea: tres telones de fondo de un escenario donde va a comenzar la función. La de todos los días. Se apagarán las farolas, la ciudad, ahora desaparecida, volverá, la luz resbalará húmeda por los tejados del edificio de ladrillos rojos y la calle se llenará de rostros y pasará la lluvia. Entonces será una rosa que crece en el pasado.
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