Carlos Medrano. (Escritor invitado).
Un haiku de Issa Kobayassi y una acertada cita de Patricia Highsmith introducen y dan nombre al último libro de haikus de Susana Benet, Alma de caracol, cuya apelación desde el título a este silencioso habitante de jardines y patios nos dispone a la lentitud y la fragilidad con que el haijin detiene el tiempo en sus estampas sostenidas sobre la contemplación de la vida que ante él se desliza y son su propia casa.
Todo el librito, en sus 72 textos, es un viaje paulatino y tranquilo, donde aparecen los elementos naturales del espacio (la luna, el trueno, el cielo, las nubes, la oscuridad de la noche, la claridad del sol, la tarde, el ocaso, el mar, algún río…) bajo cuyo orbe transcurren los días, para concretar la mirada a la vez en ese otro entorno más próximo a la tierra como plantas, árboles, un ciprés, buganvillas, flores, ramas, brotes, alguna fruta… del reino vegetal. Y aparece también la presencia de los animales domésticos e incluso los insectos que llegan a ser parte misma y viva de las casas.
Porque la atención del libro no busca una naturaleza ideal cuyo espacio es ajeno al de las vivencias diarias. Por eso hay haikus puramente urbanos en los que entran las voces de vecinos, los atascos, el tráfico, tapias, bares… de la realidad inmediata. De este modo, la geografía ciudadana no es incompatible sino un medio incorporado al territorio del haiku.
Al leer este libro, tras la disposición poética esencial y mínima del haiku, se nos va conformando la sensación de ir acompañados de una presencia acogedora y sensitiva, casi corpórea, en el recorrido de lo cotidiano, claro reflejo de la actitud de su autora. En su escritura, Susana Benet sabe dejarnos como en la bonanza de la brisa, sin esfuerzo, una conciencia positiva o una ligera euforia del contacto con los elementos de la vida. Ese cuidado o atención personal es la fuente del lirismo poético que predomina en todo el libro.
Por destacar algunos, un haiku magistral nombra la determinación exquisita que hay en los momentos más hondos de todo gran poeta:
Un niño trata
de devolver al árbol
la rama rota.
Este otro encierra la sabiduría de los proverbios machadianos:
Hoy me doy cuenta.
Fui feliz muchas veces
sin darme cuenta.
O este último expresa el asombro de definir así la casi inaprensible matemática del razonamiento poético y obliga, a partir de leerlo, a reconocer los limones de forma diferente.
Contar las sílabas
por si en el haiku caben
unos limones.
En Alma de caracol los pequeños detalles se suceden creándonos la sensación de hacernos gratamente habitable el momento presente, incluso cuando la nostalgia nos habla de lo que ya no está. Dentro de la aparente dimensión reducida del libro, la sutil filosofía del conjunto de estos haikus nos va impregnando no de la idea sino de la vivencia de que, como cifra uno de ellos, para sentir un paraíso nos basta una terraza viva. En el fondo, porque el valor de todo lo que el libro habla procede de la relación de la persona que lo cuenta con la vida. Y la vida que cuenta existe de este modo por la manera que sabe su autora transmitírnosla. El poeta ha cumplido su trabajo cuando los textos han activado la resonancia del haiku en el interior de quien los ha leído y lleva así en adelante su manifestación y experiencia.
Mallorca, junio, 2024
Acuarelas de Susana Benet.