Cuadernos de Humo

UN PREMIO NOBEL QUE NO CANTA

             


                 



                   LA NOCHE QUE FUI AL TEATRO BEACON
A VER A BOB DYLAN

         El músico llevaba una chaqueta blanca como
un prestidigitador, con destellos que parecían estrellas fugaces, las mangas
largas, hasta los nudillos, ajustados los pantalones negros y unos tenis
haciendo juego con la chaqueta.
         La voz de lija, una arpillera empapada
de alcohol, la armónica silbando como cuando se aleja un tren, golpeado el
piano y la guitarra más escudo que amante.
         Un monje ateo repitiendo la misma
letanía ayudado por cinco fervorosos acólitos a los que presentó después de
hora y media, que fue lo que duró la ceremonia. Conocida es la poca conexión
que tiene el cantante con el público y ayer lo volvió a demostrar:  ni una sola palabra de agradecimiento, ni un
saludo, ni un gesto amable. Llegó, cantó y se fue. (Uno recuerda las historias
de Cohen). De las quince canciones que cantó en hora y media solo reconocí dos y
en general cantó desafinado. Nos regaló dos bises, después de discretos
aplausos. Un Premio Nobel de Literatura que tampoco canta. Sí, claro que fue una
experiencia ver a una leyenda, pero fue un concierto bajo en emoción y de
energía gastada. Monótono y aburrido. Una sombra que se movía un poco
mecánicamente por el escenario ignorando a sus fans. Una desilusión
         Al salir, un frío acuchillando la
avenida, unos jóvenes vendían camisetas a mitad de precio. Los árboles de
Broadway estaban iluminados, como si la nieve los hubiera encendido.
         Tuve suerte: mis acompañantes se
empeñaron en comprarme una de las camisetas oficiales que vendían en el teatro.
(“De diseño y un robo”). Este verano cuando me la ponga me acordaré de ellas. Y
recordaré la distancia y frialdad de una leyenda llamada Bob Dylan.
          Alguien
que había asistido al concierto caminaba hacia el metro pensado en lo difícil
que es llegar a viejo. Se tiene de todo, como lo tiene el cantante, pero a él le
faltó brillo, fuego, ilusión. A los 78 años la sombra de la fama es alargada.
         El solitario siente frío de noviembre y
el de la vejz en su rostro, pero al llegar a casa alguien lo espera: “Han sido
cinco horas que han parecido días”. Desaparece el frío que se habia quedado
damasquinado en su rostro y la casa se enciende.

4 thoughts on “UN PREMIO NOBEL QUE NO CANTA”

  1. Y la elegancia de las palabras hacen credo con la mirada limpia de un eterno enamorado.

    Admiración y respeto, querido Hilario.

  2. Sandra Sánchez

    Querido Hilario, supongo que cuando se alcanzan cotas de fama y éxito como las de Dylan se corre el riesgo de despeñarse por el abismo de la indiferencia. O quizás haya sido siempre un tipo así, lo ignoro, pero en cualquier caso entiendo tu desilusión. Cosas así nos hacen ver lo lejanas que están las estrellas que más brillan y lo cerca que tenemos otras que sólo brillan para nosotros (y qué suerte tenemos).
    Un abrazo.

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