Cuadernos de Humo

CUENTOS PARA UNA NOCHE DE VERANO 7

                                       

                                     

                                                                SPEECH 101

Ese día solamente había tenido dos
alumnos en mi hora de orientación. Estaba escuchando música cuando llamaron a
la puerta. Se disculpó y me dijo que sabía lo que iba a escoger el próximo
curso, que sería cosa de poco. Faltaban cinco minutos para las doce. Abrió un
cuaderno y me enseñó la lista de las asignaturas. Me pareció una buena
selección: combinaba las matemáticas con la historia y la química con la
sociología. Escribí los códigos, los créditos y las horas. Cuando iba a firmar
me di cuenta de que todavía no había tomado Speech.
Le dije que era una de las asignaturas obligatorias y que debería tomarla. Me
contestó:
 –Tengo una tía que es muda y me horroriza
hablar en público y por esta razón voy dejando Speech para el final. 
Le
propuse que cogiera al profesor Alan Verbum que la le ayudaría.  Accedió a matricularse y dejó la sociología
para el semestre siguiente. Me llamaron la atención su voz y sus ojos. Hasta
ese momento no había puesto atención a su nombre: Esther Word. Cuando se fue
recordé, de pronto, su acento.
Alan
Verbum había sido actor en sus años de estudiante en la universidad de Yale.
Allí tuvo de profesor a Harold Bloom, quien le dirigió la tesis doctoral que
trató sobre el inglés hablado en el tiempo de Shaskespeare.  De aquella época conserva un casete con los
sonetos de amor del poeta inglés que Alan había estudiado y traducido al
castellano. El profesor Verbum tenía una voz de seda, modales contenidos, unas
manos como si fuera un personaje de El Greco y una mirada profunda enmarcada
por unas espesas cejas. Hablaba un inglés de teatro, le salían las palabras
como escritas, casi se podían ver cada una de las consonantes en esas
interminables formas verbales. De unos cincuenta años, se había divorciado tres
meses antes de la que durante treinta había sido primero su compañera de curso,
su amiga después, su amante luego y finalmente su mujer. Ella le había dejado a
él por un alumno de su clase de Literatura.
Para
aprobar el curso de Speech los
alumnos tienen que hablar delante de toda la clase en tres ocasiones: la
primera en un grupo de cinco o más compañeros, la segunda solos y con apuntes,
y por último sin ninguna ayuda siendo cronometrados, analizado el lenguaje del
cuerpo, la voz, la intensidad emocional, los gestos, el mensaje del texto. A
algunos se les quiebra la voz, otros terminan empapados en sudor, otros lloran
por la frustración, otros se olvidan del tema a la mitad de la presentación y
algunos concluyen triunfantes. Esther me vio un día en la biblioteca y me dijo
que iba muy bien en la clase de Speech,
que el profesor Verbum era muy competente y que me agradecía que le hubiera
aconsejado tomar esa clase. 
Alan
me mandó un correo electrónico y me dijo que le gustaría que comiéramos juntos,
pero no en el comedor de la universidad, como hacíamos a veces, sino en “Vox”* que estaba en la esquina de Chambers. Siempre que comíamos juntos me asombraba
de lo rápido que lo hacía. Me molestaba un poco que se quedara mirándome
mientras yo terminaba y él fumaba un cigarrillo detrás de otro.  Hablamos del curso, criticamos al decano y le
pregunté qué tal le iba la vida de divorciado y ahí fue cuando me dijo:
–Honorio,
precisamente te he invitado a comer para que seas el primero en saber que
Esther es más que una alumna. Nos hemos enamorado.
Sonreí,
le felicité y le dije que ya me avisaría cuando se casaran. Y añadí:
–Seguro
que tu voz la ha enamorado.
–Mi
voz y otras cosas –contestó sonriendo.
Habían
pensado casarse en julio e irse de viaje de novios a Londres.  Pasó el verano y perdimos contacto. El primer
día de clase la secretaria me dijo que firmara una postal para el profesor
Verbum que estaba en el hospital. 
“Espero oír tu voz pronto”, le escribí. Y automáticamente pensé en
Esther. Lo primero que hice al llegar a casa fue llamarla. Al preguntarle por
Alan hubo un largo silencio como si se hubiera quedado muda.  Sin decir una palabra, colgó el teléfono.
           Fue en Stratford–upon–Avon donde Alan
Verbum sintió por primera vez como si tuviera alfileres al tragar. Murió de un
cáncer de garganta el 11 de septiembre un poco antes de las ocho de una
luminosa mañana que minutos después se oscureció y llenó de ceniza y muerte a
Nueva York.
Y a
Esther Word.     







* Si el cuento no hubiese sido publicado con anterioridad hubiese cambiado el nombre del restaurante. “Speech 101” fue escrito hace 18 años. 

2 thoughts on “CUENTOS PARA UNA NOCHE DE VERANO 7”

  1. Que don tan hermoso, Hilario, ese de rehilar una historia, desvestir una memoria, abrir con un escalpelo el olvido y dejar salir la tristeza. Algo que haces como si conjugaras en gerundio el universo que haces tuyo. Y hasta uno se acostumbra al asombro porque sabe de antemano que en cualquiera de tus historias algo va a ocurrir que, aunque lo presintiéramos, siempre nos deja silenciosos. Tus personajes quedan inscritos en la historia heroica de las cosas mas comunes. Eres sin duda un artista, Hilario, con tu lápiz, tus cartones, tus dedos de teclado y tu alma siempre en vilo buscando la palabra que aún te aguarda.

  2. Que don tan hermoso, Hilario, ese de rehilar una historia, desvestir una memoria, abrir con un escalpelo el olvido y dejar salir la tristeza. Algo que haces como si conjugaras en gerundio el universo que haces tuyo. Y hasta uno se acostumbra al asombro porque sabe de antemano que en cualquiera de tus historias algo va a ocurrir que, aunque lo presintiéramos, siempre nos deja silenciosos. Tus personajes quedan inscritos en la historia heroica de las cosas mas comunes. Eres sin duda un artista, Hilario, con tu lápiz, tus cartones, tus dedos de teclado y tu alma siempre en vilo buscando la palabra que aún te aguarda.

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