Ayer espantaba a las sombras y rascaba al sol con sus uñas de fósforo encendido.
Trepaba traviesa por árboles y setos desafiando a perros, asustaba a niños y recogía alimento para el invierno.
Al salir a la ciudad zigzagueaba entre los coches y se metía en los cubos de basura, izaba la cola cuando jugaba y la esgrimía en peligro.
Ojos de cristal líquido, la piel como una corteza de fruta sin madurar, el rabo una admiración, su cuerpo una pregunta y los dientes diminutos adverbios de tiempo y de lugar,
No llegó a sentir la mordedura de la nieve ni a escuchar el ruido de las hojas al caer, no podrá desmontar una castaña, hacer piruetas en la hierba, esconderse en agujeros, hacerse tierra.
Y aunque parezca que duerme, ahora ya es casi polvo y olvido, ahora yace en la acera de una ciudad que nunca duerme mientras unas moscas irreverentes y avariciosas intentan despertarla.