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Cuando llegaba Navidad en mi casa teníamos frutos
secos de postre. Los ponían en la mesa en un cesto algo desvencijado que mi
madre guardaba en el cuarto oscuro y que cubría con una servilleta para tapar
la vejez. Yo me fijaba cómo los cuatro picos sobresalían del cesto y caían
sobre la mesa, como si fueran alas de palomas. A veces pensaba si a alguien más
se le ocurría algo así. Debía de tener cinco o seis años. Mis hermanos y yo
preferíamos comer otro tipo de postre, por ejemplo mandarinas o plátanos porque
eran fáciles de pelar. Los frutos secos nos los tenían que abrir y de esto se
encargaba mi padre. A mí me parecía un prodigio, una muestra de fortaleza que
él pudiera abrir dos nueces a la vez con una mano. Le miraba primero al rostro
y luego a la mano y oía el chasquido y cómo las dos nueces se convertían en
cuatro pequeños barquitos. He encontrado nueces y las he comprado y he vuelto a
recordar a mi padre al intentar competir y partir dos nueces con una mano. Ha
resultado muy fácil, porque no era cuestión de fuerza, como yo creía, sino de
maña. Así fue todo: primero un deslumbramiento de tener un padre inteligente,
brillante, serio, respetado por todos, capaz de partir dos nueces o de pelar
una naranja o una manzana, lo que a mí me parecía algo mágico, sin que se le
partiera la cáscara, que pudiera terminar el crucigrama del ABC cada día, el
rito para encender el puro, desde quitarle la vitola hasta cortarle un extremo
un poco y meterle una especia de aguja para hacerle un conducto, mi admiración
de cómo manejaba la navaja barbera, con qué facilidad la ponía al final de la
patilla como si fueran las manillas de un reloj a las tres y cuarto y cómo la
bajaba lentamente dejando ver un rostro limpio… Luego todas esas cosas las he hecho yo y me
he visto reflejado en mi padre. Y el misterio ha desaparecido. Como ha
desaparecido él y como yo he desaparecer.
secos de postre. Los ponían en la mesa en un cesto algo desvencijado que mi
madre guardaba en el cuarto oscuro y que cubría con una servilleta para tapar
la vejez. Yo me fijaba cómo los cuatro picos sobresalían del cesto y caían
sobre la mesa, como si fueran alas de palomas. A veces pensaba si a alguien más
se le ocurría algo así. Debía de tener cinco o seis años. Mis hermanos y yo
preferíamos comer otro tipo de postre, por ejemplo mandarinas o plátanos porque
eran fáciles de pelar. Los frutos secos nos los tenían que abrir y de esto se
encargaba mi padre. A mí me parecía un prodigio, una muestra de fortaleza que
él pudiera abrir dos nueces a la vez con una mano. Le miraba primero al rostro
y luego a la mano y oía el chasquido y cómo las dos nueces se convertían en
cuatro pequeños barquitos. He encontrado nueces y las he comprado y he vuelto a
recordar a mi padre al intentar competir y partir dos nueces con una mano. Ha
resultado muy fácil, porque no era cuestión de fuerza, como yo creía, sino de
maña. Así fue todo: primero un deslumbramiento de tener un padre inteligente,
brillante, serio, respetado por todos, capaz de partir dos nueces o de pelar
una naranja o una manzana, lo que a mí me parecía algo mágico, sin que se le
partiera la cáscara, que pudiera terminar el crucigrama del ABC cada día, el
rito para encender el puro, desde quitarle la vitola hasta cortarle un extremo
un poco y meterle una especia de aguja para hacerle un conducto, mi admiración
de cómo manejaba la navaja barbera, con qué facilidad la ponía al final de la
patilla como si fueran las manillas de un reloj a las tres y cuarto y cómo la
bajaba lentamente dejando ver un rostro limpio… Luego todas esas cosas las he hecho yo y me
he visto reflejado en mi padre. Y el misterio ha desaparecido. Como ha
desaparecido él y como yo he desaparecer.
Muy muy hermoso. En lo de las nueces me reconozco, hoy son uno de mis vicios, pero yo, me habré "amariconado" que diría mi padre, las abro con cascanueces.
Me ha gustado mucho el texto y lo que hay debajo. El final, bueno el final… digamos que he hecho como esos niños que no quieren escuchar a su madre y se tapan los oídos mientras gritan "cartucho, cartucho, que no te escucho".
Un abrazo
Muchas gracias, Víctor. La vida te enseña que, a veces, hay nueces amargas.
Cual nuez amarga. ¡Tonteras! La amargura es agridulce, en su momento fue dulce…Y sobre tu fín, bueno, tu última oración, la muerte es sentecia del humano porque solo Dios otorga la vida. Todo en esta vida de Dios es possible.
Muchas gracias anónimo.