36
Es cierto que mi
madre tenía unas piernas muy vistosas. Yo la recuerdo con tacones, un vestido
azul ajustado y relativamente corto, un collar de perlas Majorica, un bolso
negro, acompañando a mi hermano Fernando en su primera comunión y la verdad es que estaba muy elegante. Por
otra parte, es cierto que no era tan alta como lo era mi padre, ni como somos sus ochos hijos.
”Yo no soy baja –decía un poco enfadada–. Es que mi marido y mis hijos son muy
altos”. Mi padre le había regalado un
chaquetón de visón que compraron
en una peletería de Madrid llamada “El Pekan y la Dalia”. Mi madre, cuando sus
amigas le decían, con cierta intención, que hubiera sido mejor un abrigo, les
contestaba que el peletero le había sugerido que para su tipo le iba mejor un
chaquetón, que las garras las llevaba todo el mundo, que eran muy serias y que
no a todas las mujeres les caían bien ya que algunas no podían con el abrigo,
que la diferencia de precio no era tanta y que ella estaba muy feliz con su
chaquetón de visón y que además (eso lo pensaba, pero no lo decía) tenía las
mejores piernas de todas sus amigas. Poco a poco las pieles pasaron, pasaron
las modas, pasó la vida, los tacones altos se gastaron, la belleza se arrugó,
las amigas de mi madre, sus abrigos y sus
preguntas envejecieron, se marchitó la mirada de mi madre y el chaquetón
se quedó en un armario, envuelto en una bolsa de plástico, oliendo a naftalina,
como un oso de medio cuerpo disecado guardando el calor de unos pechos, el
ruido de un corazón, el olor de una madre. Un chaquetón que más que una prenda
de abrigo, más que una necesidad corporal fue una ostentación y un atributo
social. Nunca supe si fue chaquetón de quiero y no puedo o chaquetón de puedo
pero tengo unas piernas que vosotras no tenéis.
madre tenía unas piernas muy vistosas. Yo la recuerdo con tacones, un vestido
azul ajustado y relativamente corto, un collar de perlas Majorica, un bolso
negro, acompañando a mi hermano Fernando en su primera comunión y la verdad es que estaba muy elegante. Por
otra parte, es cierto que no era tan alta como lo era mi padre, ni como somos sus ochos hijos.
”Yo no soy baja –decía un poco enfadada–. Es que mi marido y mis hijos son muy
altos”. Mi padre le había regalado un
chaquetón de visón que compraron
en una peletería de Madrid llamada “El Pekan y la Dalia”. Mi madre, cuando sus
amigas le decían, con cierta intención, que hubiera sido mejor un abrigo, les
contestaba que el peletero le había sugerido que para su tipo le iba mejor un
chaquetón, que las garras las llevaba todo el mundo, que eran muy serias y que
no a todas las mujeres les caían bien ya que algunas no podían con el abrigo,
que la diferencia de precio no era tanta y que ella estaba muy feliz con su
chaquetón de visón y que además (eso lo pensaba, pero no lo decía) tenía las
mejores piernas de todas sus amigas. Poco a poco las pieles pasaron, pasaron
las modas, pasó la vida, los tacones altos se gastaron, la belleza se arrugó,
las amigas de mi madre, sus abrigos y sus
preguntas envejecieron, se marchitó la mirada de mi madre y el chaquetón
se quedó en un armario, envuelto en una bolsa de plástico, oliendo a naftalina,
como un oso de medio cuerpo disecado guardando el calor de unos pechos, el
ruido de un corazón, el olor de una madre. Un chaquetón que más que una prenda
de abrigo, más que una necesidad corporal fue una ostentación y un atributo
social. Nunca supe si fue chaquetón de quiero y no puedo o chaquetón de puedo
pero tengo unas piernas que vosotras no tenéis.
Muy buena tu observación final… Lo que cuenta es que ella disfruto a su manera de su chaquetón, de sus piernas.
Ciertamente muy bueno tu relato; todo se gasta, hasta la vida. Pero queda el recuerdo mientras el armario permanezca intacto.
Un beso
Se marchito la rosa, su perfume se esparcio, sus petalos se fueron cayendo con el tiempo, pero tú recuerdo sigue vivo y más aún, tú estas vivo para pintarnos su imagen en sus tiempos de mocedad. Es presioso como describes el pasar del tiempo, las modas, y todo lo material. Sigue compartiendo con nosotros e ilumínanos sobre la fragílidad de la vida y como nuestros recuerdos permanecen el los rincones de nuestras memórias, como telarañas.
Muchas gracias.