Cuadernos de Humo

Dos liras inéditas de Juan Antonio Villacañas

                     
 
Nada en poesía
es mayoría, ni siquiera la inmensa minoría. Hay poetas que son tan profundos
como la noche, que queman tanto como la llama del amor, tan minoritarios como
un cuarteto perdido de Haydn y tan breves e intensos como el perfume de una
rosa. Poetas que tocaron muchas vidas por la magia de la poesía. Poetas de
verdad haciendo que vivían de mentira en una ciudad lenta y provinciana. Poetas
como Juan Antonio Villacañas. 

A Juan Antonio Villacañas lo conocí hace mucho tiempo. Yo
apenas tenía dieciocho años, vivía en Toledo y estudiaba preuniversitario.
Villacañas era “el poeta” por excelencia, poeta con tertulia en el café
Español, poeta ganador de concursos de poesía, poeta destacado en antologías,
poeta social y religioso, lírico y festivo, un poeta de verdad, hondo, un poeta
de los de antes, un clásico, un poeta que lo mismo escribía un soneto a un profesor
chiflado como a unas monjitas que celebraban sus bodas de oro con Dios. Y entre
tanto iba escribiendo una obra seria y firme.

          Un día me publicaron dos poemas en Poesía
española
, que dirigía José García Nieto. A mí me pareció que publicar en
esa revista era como si me hubieran dado, poco más o menos, el Premio Nobel.
Compré los dos únicos ejemplares que llegaban a la Librería Gómez-Menor y me
presenté en el café con la revista debajo del brazo. Villacañas llevaba gafas
oscuras, fumaba, tenía un bigote generoso, voz de poeta, una mujer y dos hijas.
Resultó que conocía a mi familia, lo que ayudó a facilitarme la
entrevista.  Me diría más tarde que se
quedó algo sorprendido de que un crío como yo publicara en una revista como Poesía
española
. Más perplejo me había quedado yo al verme al lado de poetas cuya
obra ya se estudiaba en el Instituto. En broma me dijo que ya no sería el único
poeta de Toledo.

      De los treinta y cinco libros
que publicó durante su vida tengo casi todos de ellos dedicados. Ahora no solamente
me resulta difícil seleccionar algunos de sus autógrafos sino que me produce
una mezcla de melancolía y alegría repasar sus dedicatorias algunas de ellas en
serio y otras en broma, algunas en prosa y otras en verso. Tengo especial
cariño por la que fuera la última dedicatoria: unas espontáneas e inéditas
liras (que por primera vez se publican en Libro de notas) que me
escribió en una Antología de su poesía. Leyendo sus autógrafos repaso la
amistad que siempre mantuvimos a través de tantos años a pesar de la distancia.
Siento un latigazo al ver cómo la vida ha ido pasando entre dedicatoria y
dedicatoria, cómo nos han robado la juventud, cómo la poesía sigue naciendo
cada día y cómo nosotros vamos muriendo, cuento cómo los años se han ido
sucediendo y un invierno ha seguido a un verano y un premio ha seguido a un
silencio, y una vida a una muerte, siento que Juan Antonio ya no está entre
nosotros y con las fechas de sus dedicatorias me hago un calendario de tiempo
perdido poéticamente ganado.  Así pasan
las glorias de la vida.

      Mientras quede un lector
permanecerá su recuerdo y su poesía se abrirá como se abre la mañana. Porque la
poesía de Juan Antonio Villacañas tiene la fluidez de un río, la serenidad de
un día de otoño, la fuerza de un volcán, la hondura de la noche, la fachada de
una catedral gótica y la luz que debe de haber en la mirada de Dios
.

Dos liras inéditas de Juan
Antonio Villacañas
.

Pensaba
que venía

pero de
Nueva York, como del orto.

La casa
le traía

al
camino más corto,

sabe su
corazón cómo me porto.


 
Y lo
pensó a diario

como su
corazón lo piensa todo

en el
pecho de Hilario.

Yo sé
que hay otro modo

que en
él va Dios, los dos, codo con codo.

                                   22-1-97.

 

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