Cuadernos de Humo

Uno de diciembre. Para José y todos los demás.

                                   “Alégrate, mozo, en tu mocedad.”
                                       Ecleciastés 11, 9.

                        ELEGIA
                             I
Todo lo que la vida tan generosamente
le entregó, la muerte se lo roba avariciosa,
sembrando confusión en su recinto
y oxidando la llave de su puerta.
Un otoño temprano, destemplado su cuerpo
de deseo, le reviste de plomo su armadura de sangre
llenándole su cama de soldados de agua.
Sin poder disipar la niebla de sus ojos
las primeras semillas de lo oscuro se clavan en su pecho
mientras que las carrozas de guerra y destrucción
despliegan sus caballos de pólvora.
Cuanto más muerte llega a desahuciar
su territorio, más vida le rodea.
Y nosotros cobardes de lavar sus moradas
heridas por miedo a contagiarnos.
                         II
Fuera con esta luz de abril
han nacido las primeras cometas,
los primeros amores clandestinos,
temblorosas hormigas cegadas por el sol,
el ruido de la hierba respirando,
un sofoco de vidrio sobre el lago
y en el césped prohibido
cuerpos casi desnudos, oferentes,
cuerpos trampa por los que él vivió.
Cuerpos que ahora maldice escupiendo
su lava sobre ellos, inyectando sus venas
de sangre contagiada y positiva.
Cuerpos por los que ahora se nos muere.
                          III
Prisionero, respaldado por el álbum de fotos
de su infancia, los libros, su música,
va cediendo terreno, se atrinchera
dispuesto a combatir al enemigo
y es la alcoba su último refugio.
Caballos de dolor galopan por su almohada
y abril le da a probar una dosis de lluvia envenenada.
En el fondo Manhattan se ilumina
y enseña su armazón de primavera,
pasan barcos de carga sobre el río
hiriendo a la corriente con su arado,
creando mil espumas, prisioneros almendros
que florecen, liberados del peso de su agua.
Sus ojos dos terrones resecos miran por la ventana
y a media voz murmura:
“Diré adéu als amors / que m´han acompanyat
tant se val si han sigut / ombra, llum, plany o goig
que tots m´han ensenyat / l´art antic d´estimar.”
Huele la casa a rendición e invierno.
                        IV
Porque sabemos que se muere
le llenamos la alcoba de flores y mentiras,
amanecidos tulipanes amarillos,
estás mucho mejor, agua bendita,
tienes mejor aspecto, algunas rosas,
y sin saber de dónde vienen, quiénes son,
unos buitres que toman posiciones,
desplegadas sus alas de codicia,
que avanzan y le roban
la poca luz que aún le pertenece,
su otro nombre y el oscuro lenguaje
de su vida. Y se llevan su ropa, los libros,
y el tesoro, dejando solamente la carroña
oxidada de sus huesos de barro.   

                             V
Y se nos muere en una tierra ajena
lacerado su cuerpo con setenta lesiones
que están condecorando, como flores malditas,
su cuerpo mozo y en otro tiempo abandonado
al goce y al deseo, cuerpo que ahora su madre
acaricia y prepara, mientras que un sol ateo
reza un tibio responso con su lengua de monje.
Estallan mil fusiles en su vientre de cartón.
                            VI
Recogiendo la casa, abriendo los armarios
y rompiendo secretos, aparecen, envueltos
en un polvo de tiempo y paño oscuro
el libro de oraciones, cartas de amor,
el boletín de notas, autógrafos,
fetiches, extraños instrumentos,
y en azul caligrafía los propósitos de enmienda
escritos cuando niño un viernes de dolor
en que por vez primera descubrió reflejada
su imagen en otros ojos y sintió escalofrío
y un temblor luminoso entre sus piernas.
                        VII
Si el doloroso mármol con tu nombre
no pusiera de oscuro tu mirada,
la almohada no se desmoronase
hecha polvo  lo mismo que tu cuerpo ,
los ojos vencieran a la noche
y la amorosa mano de tu madre
te levantara un poco la cabeza,
cuando abrieras tus párpados lluviosos
podrías ver el Mar, llenarte tus pupilas
de su agua infinita y saberte salvado.
Aunque bien que lo intentas ya no puedes.

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