Cuadernos de Humo

La casa con una sombra dentro


20
Al único hijo que tenían lo asesinaron los
republicanos en la guerra civil del 36, dejando al matrimonio con cinco hijas.
Mi madre recordaba ver a don Saturnino, profesor de Caligrafía del Instituto de
Enseñanza Media, caminar por casa cuando se dirigía a dar clases. Dice mi madre
que mi abuela al verle pasar comentaba: “Siempre va como una patena, además tan
educado, vamos, un señor”.
—Buenas días, doña Eladia.
—Buenos días, don Saturnino.
De las cinco hijas, las dos más pequeñas habían sido
amigas de mi madre desde la infancia y habían jugado en el Paseo del Tránsito
donde yo jugué años más tarde. Después fueron juntas, antes de que estallara la
guerra, a la Escuela Normal a estudiar Magisterio. Purita terminó la carrera
que ejerció durante toda su vida. Ni Magda ni mi madre la terminaron por culpa,
dicen, de la contienda civil. Magda y Purita, tan primorosas, tan señoritas de provincia,
tan religiosas, tan educadas, tan pulcras y con la mejor caligrafía de la
ciudad se quedaron solteras. Las otras tres hijas se casaron: dos en “zona
roja” y la otra con un militar en la zona nacional. Se murió don Saturnino con
casi ochenta años poco después de que lo hiciera su mujer, doña Adela, dejando
en el testamento “a las hijas que se quedaran solteras”, aparte de solas y con
luto riguroso por mucho tiempo, una casa en el centro de la ciudad. Por algún
tiempo siguieron viviendo en la casa solariega, casi un palacio, con un enorme
patio toledano, un jardín con una alberca llena de algas y verdín, con agua
estancada y vieja, una palmera que sobrevivía los fríos del invierno, rosales
de escandalosas rosas, una oliva y un granado: el árbol más querido de todos,
que no sólo había sido inmortalizado en un óleo del pintor toledano Enrique
Vera, sino que además, según decían, había sido visitado por Pérez Galdós
cuando escribía en Toledo Ángel Guerra.
La casona de tres pisos, que había pertenecido a un noble en el siglo XVII,
estaba situada en el barrio judío, en una calle estrecha, muy cerca de la
Sinagoga del Tránsito y de la Casa del Greco y estaba llena de habitaciones,
pasillos y recovecos, tenía un escudo de piedra en el portón y un artesonado mudéjar
en el amplio portal de entrada. Mi madre se casó dos años después de terminada
la guerra, cuando ya mi abuela había muerto, dicen que de pena al perder a su
hijo y a su marido fusilados al mismo tiempo por los republicanos. La guerra,
el matrimonio de mi madre y el luto de las hermanas hicieron distanciarse a
Magda y Purita de mi madre aunque cuando se veían, a la salida de misa o en
alguna fiesta benéfica, siempre se saludaban y se quedaban hablando largo rato.
Poco a poco Magda comenzó a venir a casa. Llegaba, puntualmente, a las doce y
media después de hacer la compra y mientras mi madre preparaba la comida, Magda
se sentaba a la mesa de la cocina y hacía la visita, práctica que duraría
muchos años, hasta que un día, después de volver de veraneo en San Sebastián,
adonde siempre habían ido con sus padres y continuaron yendo las dos hermanas
solas, le dijo a mi madre que tenía unos dolores muy fuertes de cabeza y que no
se sentía bien. Las visitas se interrumpieron bruscamente y Magda murió unos
días después, cuando sólo tenía cincuenta años. Un día Magda vino a casa
llorando y le contó a mi madre que una de sus hermanas quería comprar la casa
de sus padres y que el resto de las hermanas estaban de acuerdo. Otro día vino
diciendo que la hermana les había dado un mes de plazo para mudarse. Ya por
entonces la calle estrecha era un río de turistas y todos los portales de las
casas se habían convertidos en tiendas de damasquinos, mantelerías y “suvenires”.
Magda estaba indignada y recuerdo lo mal que hablaba de su hermana y cómo la
insultaba a ella y al marido, lo cual a mí me parecía muy extraño. Estuvo sin
venir unos días mientras se mudaban a la casa que sus padres habían dejado a
las hijas solteras. Era mayo y nosotros las ayudamos a llevar algunas cosas que
eran frágiles, entre ellas una enorme Virgen del Carmen que llevamos entre mi
hermano mayor y yo. Cuando el médico dijo que se la llevaran a su casa “a
morir”, mi madre iba a verla cada tarde cuando nosotros estábamos en el
colegio. Aprovechaba entonces Purita la visita de mi madre para salir a hacer
la compra y a visitar a la Virgen del Sagrario. La última tarde, Magda cogió de
la mano a mi madre y comenzó a hablar como si se confesara: “Quiero que sepas
una cosa. Como no podía vengarme de otra manera de la faena que nos hizo la cochina
de mi hermana, el último día de estar en la casa de mis padres, al atardecer
bajé al jardín que estaba lleno de vida, las golondrinas volaban bajo, el
granado cargado de frutas, los rosales cuajados de rosas, los geranios ardiendo
de color, el agua de la alberca renovada. Estuve un rato paseando y llegué a la
pérgola debajo de la cual, en épocas más felices, cenábamos en verano toda la
familia. Fui tocando los troncos de los árboles, olí las rosas por última vez y
me acerqué al granado. Lo abracé, besé el tronco rugoso y centenario, abrí una
botella de lejía que llevaba conmigo y lentamente se la eché alrededor de la
base del tronco, humedeciendo la tierra seca que el tragó sediento. Al pasar
por la alberca metí las manos en el agua y cerré la puerta de hierro tras de
mí”. Anochecía y dice mi madre que después de la confesión su amiga de toda la
vida cerró los ojos y se quedó dormida.

4 thoughts on “La casa con una sombra dentro”

  1. Otra vez, Hilario. Me ha encantado. ¡Qué relato maravilloso! Pobre Magda, buena venganza urdió, aunque el pobre granado no haya tenido la culpa. ¿Sabes Hilario? Yo sueño con caminar algún día esas estrechas callejuelas de Toledo, la judería, las puertas, todo. Mi padre estuvo allí el 61 buscando mis regalos y yo tengo enquistada la idea de un origen sefardita, me atrae demasiado. Ahora tendré que esperar al jueves para deleitarme una vez más.
    Gracias.

    1. Por hache o por be

      Muchas gracias Beatriz. Espero que algun dia te pasees por las callejas toledanas y encuentres por un lado el recuerdo de tu padre y por otro lo que te robaron y que él te llevó, que ya no existe, pero que tú guardas en tu corazón.

      HB

      http://www.hbarrero.vacau.com

  2. Mercedes Dueñas

    Tu casa con una sombra dentro, nunca pasa desapercibida, tiene un toque especial tan profundo, que se puede ver cada una de las imágenes que describes…Triste y si me permites hasta graciosa la confesión de Magda; el más grande pecado que había cometido…estoy segura que la sirvió más, contárselo a tu madre que si lo hubiese hecho a un sacerdote…Gracias por hacernos participes de este y otros relatos, lo que yo llamaría: diarios de vidas. Siempre un placer tu blog.

Leave a Comment

Your email address will not be published. Required fields are marked *