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Todos le llamábamos por su primer apellido, incluida su mujer, y así le
conocían en el barrio y en el trabajo. Se llamaba Faustino Molero-Peñaranda. El
primer recuerdo que tengo de él es difuso y lejano. Lo estoy viendo todavía en
el escenario del Teatro de Rojas, corriendo con un grupo de hombres que huían
de una lluvia de teatro de aficionados. La compañía de la Fábrica de Armas,
donde trabajaba Molero, ponía en escena
la zarzuela El amigo Melquíades, que era la primera zarzuela que yo
escuchaba. Se me quedó para siempre aquello de…
conocían en el barrio y en el trabajo. Se llamaba Faustino Molero-Peñaranda. El
primer recuerdo que tengo de él es difuso y lejano. Lo estoy viendo todavía en
el escenario del Teatro de Rojas, corriendo con un grupo de hombres que huían
de una lluvia de teatro de aficionados. La compañía de la Fábrica de Armas,
donde trabajaba Molero, ponía en escena
la zarzuela El amigo Melquíades, que era la primera zarzuela que yo
escuchaba. Se me quedó para siempre aquello de…
Anda ya; cógete de mi bracero
vámonos no descargue aquí el nublao;
que dirán, si me cala el aguacero,
va-calao, va-calao, va-calao…
vámonos no descargue aquí el nublao;
que dirán, si me cala el aguacero,
va-calao, va-calao, va-calao…
Luego le
fui conociendo mejor. Se casó con mi segunda madre: Seve, que fue la hermana
que mi madre nunca tuvo. Las dos compartieron muchos secretos que solo ellas
sabían y han guardado para siempre.
Molero era un hombre delgado, de frente ancha, pelo negro liso, pegado
con fijador, manos de pianista, inteligente, mirada profunda resguardada tras
unas gafas de gruesos cristales, voz templada. Fumaba mucho, leía el periódico Arriba
porque era falangista de corazón y de camisa azul. Un falangista que creía que
las ideas joseantonianas cambiarían a
España y a la sociedad. Cuando hablaba de política se engrandecía, tenía una
oratoria de cámara de diputados, era elocuente, apasionado. Cuando hablaba con
mi padre de política yo no entendía qué significaba eso de justicia social,
revolución nacional sindicalista, sindicatos verticales, el ministro Solís es
un traidor… Tenía una letra pulcra, equilibrada, unos números tan perfectos
que cuando iba a hacer las quinielas, los de la tienda le decían que debería
ganarlas solamente por la manera de rellenar los boletos. En el pequeño comedor de la casa donde vivían
escuchaba los domingos “Carrusel deportivo” e iba apuntando los resultados de
los partidos, entre tazas de café, copas de coñac y cigarrillos. El lunes a
trabajar, esperando de nuevo otro domingo y otras quinielas. Y de nuevo la
esperanza. En aquellos tiempos yo empezaba a descubrir la riqueza de estar
solo, de sentir eso que luego supe que llaman poesía, de lo fuerte que eran las
tardes de verano con los chillidos de las golondrinas que bordaban la noche
alrededor de la torre de la iglesia, y de cómo el corazón se me esponjaba
cuando terminaba un curso y sabía que perdería a mis compañeros para siempre.
En casa de Molero y de Seve, yo leí por vez primera, en el periódico de los
domingos, las greguerías de Gómez de la Serna que luego seguí leyendo en ABC.
También leía las pajaritas de Capmany y los artículos de Alcántara y en mi
casa, mi padre me hacía recitar poemas
de Machado que venían en un suplemento especial del periódico El Alcázar.
fui conociendo mejor. Se casó con mi segunda madre: Seve, que fue la hermana
que mi madre nunca tuvo. Las dos compartieron muchos secretos que solo ellas
sabían y han guardado para siempre.
Molero era un hombre delgado, de frente ancha, pelo negro liso, pegado
con fijador, manos de pianista, inteligente, mirada profunda resguardada tras
unas gafas de gruesos cristales, voz templada. Fumaba mucho, leía el periódico Arriba
porque era falangista de corazón y de camisa azul. Un falangista que creía que
las ideas joseantonianas cambiarían a
España y a la sociedad. Cuando hablaba de política se engrandecía, tenía una
oratoria de cámara de diputados, era elocuente, apasionado. Cuando hablaba con
mi padre de política yo no entendía qué significaba eso de justicia social,
revolución nacional sindicalista, sindicatos verticales, el ministro Solís es
un traidor… Tenía una letra pulcra, equilibrada, unos números tan perfectos
que cuando iba a hacer las quinielas, los de la tienda le decían que debería
ganarlas solamente por la manera de rellenar los boletos. En el pequeño comedor de la casa donde vivían
escuchaba los domingos “Carrusel deportivo” e iba apuntando los resultados de
los partidos, entre tazas de café, copas de coñac y cigarrillos. El lunes a
trabajar, esperando de nuevo otro domingo y otras quinielas. Y de nuevo la
esperanza. En aquellos tiempos yo empezaba a descubrir la riqueza de estar
solo, de sentir eso que luego supe que llaman poesía, de lo fuerte que eran las
tardes de verano con los chillidos de las golondrinas que bordaban la noche
alrededor de la torre de la iglesia, y de cómo el corazón se me esponjaba
cuando terminaba un curso y sabía que perdería a mis compañeros para siempre.
En casa de Molero y de Seve, yo leí por vez primera, en el periódico de los
domingos, las greguerías de Gómez de la Serna que luego seguí leyendo en ABC.
También leía las pajaritas de Capmany y los artículos de Alcántara y en mi
casa, mi padre me hacía recitar poemas
de Machado que venían en un suplemento especial del periódico El Alcázar.
Al llegar la fecha de la muerte de José
Antonio, en el Instituto convocaban un concurso sobre el fundador de la falange
y como yo no tenía mucha idea del asunto le pedía ayuda a Molero y nos
pasábamos tardes y tardes trabajando en el ensayo. Él me dictaba de su cabeza y
yo escribía. Me asombraba todo lo que sabía. A veces al dictarme se aceleraba
emocionado y me perdía y tenía que decirle que iba muy deprisa. Vivían al lado de casa y yo me pasaba mucho
tiempo con ellos. A veces, ahora lo recuerdo con vergüenza, iba los domingos
muy temprano y no me abrían y yo me preocupaba de que les hubiera pasado algo,
pero no me daba cuenta de que estaban recién casados y estarían ocupados en
otros asuntos más importantes que abrirme la puerta. Tuvieron dos hijos. El
único hermano que Molero tuvo era sacerdote y lo mataron en la guerra. Esta tarde
mi hermana Carmen me llama y me dice: “A ver cómo te lo digo, se ha muerto
alguien de la familia. Se ha muerto Molero. Al final lo pasó muy mal, tenía
cáncer de pulmón…”
Antonio, en el Instituto convocaban un concurso sobre el fundador de la falange
y como yo no tenía mucha idea del asunto le pedía ayuda a Molero y nos
pasábamos tardes y tardes trabajando en el ensayo. Él me dictaba de su cabeza y
yo escribía. Me asombraba todo lo que sabía. A veces al dictarme se aceleraba
emocionado y me perdía y tenía que decirle que iba muy deprisa. Vivían al lado de casa y yo me pasaba mucho
tiempo con ellos. A veces, ahora lo recuerdo con vergüenza, iba los domingos
muy temprano y no me abrían y yo me preocupaba de que les hubiera pasado algo,
pero no me daba cuenta de que estaban recién casados y estarían ocupados en
otros asuntos más importantes que abrirme la puerta. Tuvieron dos hijos. El
único hermano que Molero tuvo era sacerdote y lo mataron en la guerra. Esta tarde
mi hermana Carmen me llama y me dice: “A ver cómo te lo digo, se ha muerto
alguien de la familia. Se ha muerto Molero. Al final lo pasó muy mal, tenía
cáncer de pulmón…”
Los muertos se llevan consigo muchas
cosas, pero dejan también junto a la soledad y a la tristeza de la silla y la
mesa vacías, muchos recuerdos que afloran con su partida. Y al recordar estos
momentos Molero no está muerto, está vivo, joven, lleno de humo, de ideas
revolucionarias, y le tengo presente hablándome de la falange, y le veo con la
camisa azul y un lucero en la frente. A Molero le tiraron su muro y se encontró
perdido y desilusionado de los camaradas. La camisa perdió el color y José
Antonio pasó al olvido. Las rosas de Ridruejo se secaron y las flechas del haz
se oxidaron. Vino el tiempo de la melancolía.
Yo espero que ese lucero que él tanto miró le haya iluminado el camino y
le haya llevado derecho a un cielo más azul que su camisa donde pueda mirar
cara al sol sin que se le nuble el corazón. Espero que las cinco rosas sigan
como recién cortadas y las flechas del haz brillen en la noche de su
eternidad. Molero no perdía la esperanza
y seguía jugando a la lotería cada día y a las quinielas con sus números de
imprenta cada semana. Nunca le tocó nada, hasta ayer que ganó la quiniela de la
muerte, a la que él nunca había jugado.
cosas, pero dejan también junto a la soledad y a la tristeza de la silla y la
mesa vacías, muchos recuerdos que afloran con su partida. Y al recordar estos
momentos Molero no está muerto, está vivo, joven, lleno de humo, de ideas
revolucionarias, y le tengo presente hablándome de la falange, y le veo con la
camisa azul y un lucero en la frente. A Molero le tiraron su muro y se encontró
perdido y desilusionado de los camaradas. La camisa perdió el color y José
Antonio pasó al olvido. Las rosas de Ridruejo se secaron y las flechas del haz
se oxidaron. Vino el tiempo de la melancolía.
Yo espero que ese lucero que él tanto miró le haya iluminado el camino y
le haya llevado derecho a un cielo más azul que su camisa donde pueda mirar
cara al sol sin que se le nuble el corazón. Espero que las cinco rosas sigan
como recién cortadas y las flechas del haz brillen en la noche de su
eternidad. Molero no perdía la esperanza
y seguía jugando a la lotería cada día y a las quinielas con sus números de
imprenta cada semana. Nunca le tocó nada, hasta ayer que ganó la quiniela de la
muerte, a la que él nunca había jugado.
Los muertos se llevan consigo muchas cosas, es verdad, pero nos dejan tantas otras. Mi madre también encontró una hermana y yo tuve dos madres. Curioso como se repiten las historias, ellas eran tan amigas y se que se llevaron a la tumba secretos familiares. Una advertía a la otra de los peligros "dentro de casa". Eran inseparables y tanto se querían que mi madre me "prestó" para ser la hija que no pudo tener la otra. Excelente relato, Hilario y yo siempre identificándome con alguna parte de él. Tan lejos, tan cerca. El dibujo me trajo a Frida Kahlo a la mente.
Muchas gracias, Beatriz. El dibujo es viejo, pero curiosamente estamos trabajando con frida en clase y quien sabe si eso me ha hecho elegir este.